sábado, 23 de agosto de 2008

Calatayud, Rubén: Trujillo y Bargés

Trujillo y Bargés
Bargés era un incansable investigador. Tuvo una cultura amplísima que, por cierto, es común entre los intelectuales españoles
Rubén Calatayud /El Mundo de Córdoba
México 23 de agosto, 2008
Las líneas que en la sección editorial de este Mundo escribió Graciela Zamudio me movieron a meditar y recordar muchas cosas. Hace días se informó también que se pediría al H. Ayuntamiento que el puente grande de la Calle Seis, cuya terminación está próxima, lleve el nombre del recordado Maestro Gustavo Trujillo Martín el Campo. Me sumé a esa propuesta.
Pero ahora también un grupo de exalumnos y amigos ha opinado que el puente lleve el nombre del más ilustre de los vecinos de la Avenida Dos (casi con la Calle Seis): don Antonio Bargés Barba.
No creo que ambos propósitos dividan a la población.
Tanto Bargés como Trujillo fueron muy amigos y conversaban con frecuencia.
También tuve la oportunidad de visitar a don Antonio, quien alguna vez y sintiendo que su avanzada edad lo conduciría a su desaparición, me mostró su estudio.
Había allí apuntes, libros, valiosos fósiles, todo un acervo cultural acumulado por Bargés a lo largo de su estancia en México donde con frecuencia se trasladaba al medio rural en busca de las rocas, las plantas, los insectos, las aves y los pobladores mismos de las zonas donde habitaban los campesinos.
Bargés era un incansable y curioso investigador, tuvo una cultura amplísima que por cierto es común entre los intelectuales españoles, que han leído todo y que saben de todo.
Don Antonio, al abrirme las puertas de su despacho, me dijo que deseaba que cuanto había escrito y reunido formara parte de una institución que lo conservara poniéndolo a la disposición del público, pero que la experiencia le decía que en ese país no se puede uno fiar de nadie, ni de las autoridades ni de los gobernadores, que era (y es) práctica común y corriente que cuantas cosas de valor son entregadas a una institución, se van desapareciendo, muchas veces para ser arrojadas a un rincón y al olvido.
Así, las costillas de un animal muy grande encontradas en una mina de arena de Carrillo Puerto, la garra del megaterio, que inexplicablemente vino a parar aquí, siendo de un ser que existió en Argentina: las plantas que el Maestro recogió en esta zona, la oceloxóchitl, flor del tigre o el lirio rojo, eso y más correrían el peligro de perderse en manos de ladrones inexpertos, llevados solamente por el propósito de coger lo ajeno para después tirarlo.
Coinciden estos comentarios con el reciente encuentro del Presidente Calderón, de los gobernadores y de encumbrados funcionarios, para determinar lo que se va a hacer para detener la ola de secuestros que priva en el país.
Allí con razón, el señor Martí, padre de una víctima reciente, con justificación razón dijo a los políticos reunidos, más o menos: si no pueden para la violencia, mejor renuncien porque ocupar un cargo sin hacer nada también es corrupción.
El sobrino del Maestro Bargés ha conservado su domicilio y respetado las cosas del profesor, mientras no haya a un sitio apropiado y seguro para mantenerlas; allí, los nombres de los tres Bargés podrían quedar estampados como agradecimiento de Córdoba a la bendición del arribo de los Bargés a esta tierra, pero como estamos viendo que la “solución” que se ocurre a los funcionarios para detener la ola de delincuencia es aumentar y mejorar la policía, por ahora no hay medios para aplicar el verdadero remedio: educarnos a todos por medio de la enseñanza. Quedarán para otro tiempo los nombres de las personas más sobresalientes que, como los Bargés, honraron a nuestra sociedad: Gustavo Rincón, Raquel Guzmán, Luis N. Kushida y Carlos S. Rahme, entre muchos otros.

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