
MARX NO ESTABA TAN EQUIVOCADO
Laura Fdez-Montesinos Salamanca
Este ensayo, basado en la observación empírica económico-histórica-social y de justicia por concatenación, está dedicada a la memoria de Alonso López Márquez. Un guerrero.
No hace falta explicar los motivos por los cuales el comunismo fracasó en los países que lo impusieron como dictadura, en lugar de hacerlo como forma de vida. Curiosamente, a pesar de la creencia occidental, la caída del comunismo arrastró irremediablemente al capitalismo. Esto es visible y comprobable. En realidad Marx no estaba tan equivocado. Lo estamos quienes somos incapaces de vivir en sociedad, por un egoísta individualismo que no se preocupa por la molestia o el bienestar del vecino.
¿Qué pasa con el capitalismo? Simplemente que es una forma artificial de papel indicando beneficios o pérdidas y dinero virtual, en mitad de una maraña humana que cae exhausta sin haber colocado un solo ladrillo tangible. He ahí la cuestión.
Hoy día el mundo occidental percibe lentamente su error aunque se niegue a reconocerlo. Los globalistas reculan y la necesidad de regresar a lo tradicional aumenta. La inhumana, artificial, individual y trepidante vida moderna es agotadora, innecesaria y problemática y ha conducido al hartazgo. El dinero genera más y mayores necesidades. Precisamos y consumimos mucho para cubrir necesidades que no necesitamos. Para obtener más dinero necesitamos producir más, trabajar más, inventar más máquinas, otras más para facilitar el trabajo y descansar, para emplear nuestro creciente ocio, más dinero, más… y nunca nos satisface la espiral de necesidades que no necesitamos.
Los sucesos económicos, así como las guerras, los terremotos o las erupciones volcánicas, provocan concatenaciones. Cuando la primera civilización se desarrolló, fue muy lenta pero progresivamente arrastrando al resto a vivir como ellos. Se generaron civilizaciones tan fascinantes como la mesopotámica, la persa, la egipcia, la griega y subsecuentes, todas ellas con base en principios anteriores. Hoy no nos fijamos en sus errores o en los productos de nuestras acciones. Sólo nos interesa lo que tendremos mañana: dinero, dinero, dinero… y nos negamos a revisar los errores que hicieron caer a las culturas antiguas. El freno de este imperio es el petróleo, pero sin agua no podrá subsistir ni el más rico de los países llamados “civilizados”.
Por eso Marx no estaba equivocado. El problema somos nosotros: Todas las tonterías del hombre moderno nos están pasando factura: el clima lo indica, y el fiasco del capitalismo que hace más pobres a los pobres y a los ricos una egoísta bola informe de grasa que se cree con derecho a decidir sobre el resto como dueños de la verdad, una lejana mentira.
Por fortuna, aunque se reducen, todavía subsisten sociedades tradicionales milenarias. En África las pocas aldeas que no han interesado al hombre blanco, sobreviven mejor de lo que creemos, repartiéndose las tareas del campo y la obtención de agua. Para sacarla de un pozo, forman una cadena humana que va pasando las cubetas de mano en mano. El uso del agua es racional, hay trabajo para todos y equidad social. Los antropólogos se niegan a proporcionarles una bomba, porque la misma provocaría conflictos por ocio, desempleo, por la propiedad y el uso de la misma. De esta forma, la vida de la sociedad transcurre en un orden establecido y en paz. En el momento en que el hombre blanco con sus inventos, máquinas y “economía” trastoquen la paz y el trabajo de estas sociedades, desaparecerán, como viene sucediendo.
Teniendo en cuenta esta realidad, la India sabiamente, ha guardado durante cientos de años la existencia de las Islas Andamán y la civilización que en ella se desarrolla, alejándola de todo tipo de contacto con el exterior para evitar contaminación y generación de necesidades. Ni siquiera se permiten las expediciones científicas.
Nuestra ridícula y egoísta forma de pensar, acata la atracción de estas personas hacia nuestra forma de vida: vehículos, piscinas… que no les sirven para nada. Su carencia real es la medicina que frene la mortalidad infantil. Sin embargo, una función tan vital, incluso tan caritativa, provocaría otro problema que nos sobrepasa: la superpoblación.
Todas aquellas sociedades invadidas o afectadas por el capitalismo, sufren de profundos problemas de identidad, superpoblación, marginación, contaminación, desempleo, guerras y un interminable etc.
Históricamente, genocidas como Hitler, Millosevic o Bush han tratado de acabar con estas civilizaciones o sociedades porque “no han sabido progresar”. La respuesta a esta fórmula indignante y ridícula se la daría un jefe keniata Kikuyu a la baronesa danesa Karen Blixen: “los ingleses saben leer, ¿y de qué les sirve?” en alusión al genocidio a que fueron sometidos, el robo de su Tierra y la introducción de nuevas plantas, la esclavitud, la falta de respeto por sus tradiciones, costumbres, forma de vida milenaria, creyendo equivocadamente en su superioridad racial y social. Hoy día muchos de nosotros hemos llegado a la conclusión que es mucho más sano y feliz, vivir como antaño. Sin tantas ataduras materiales, mirando a la vida de frente, con salud mental y espiritual, disfrutando de lo que ofrece la naturaleza y agradeciéndole por ello, respetando cada ciclo, cada estación, cada época reproductiva, cada ser vivo y ancestro.
El libro “La niña que creó las Estrellas” explica el genocidio a que fueron sometidos los bosquimanos de Sudáfrica, una raza independiente y orgullosa, humillada y exterminada por ingleses y holandeses en el s. XIX. Sus tierras robadas, sus campos aniquilados y los animales salvajes de los que se alimentaban, liquidados a favor del ganado europeo. Tal y como sucedió en Estados Unidos y Canadá con los Indios y bisontes. …“Allí donde los bosquimanos habían desarrollado complejos mecanismos sociales para compartir sus recursos y evitar los conflictos cruentos, los colonos, con la biblia en una mano y el mosquete en otra, se apropiaban a la fuerza de las fuentes de agua de los territorios que invadían y eliminaban sistemáticamente a los antílopes que competían con su ganado por los pastos…” ”los niños no se metían en ningún apuro. Se les dio un pequeño campo como lugar de juegos, y jamás se les vio ir a otro sitio sin que se les invitara. Obedecían sin rechistar a sus padres, nunca vi que se les castigara, ni los oí discutir…”…”Eran gente limpia y muy rigurosa en cuestión de modales. En cierta ocasión un bosquimano vino de visita. Hasta tal punto era más rudo que los otros, que les preguntamos al resto porqué su amigo era diferente. Él entendió al momento y contestó: - La señorita debe saber perdonar: ese hombre perdió de niño a sus padres y fue criado por hombres blancos”… (La niña que creó las Estrellas, Relatos orales de los Bosquimanos Xam. Editorial Rescatados Lengua de Trapo).
En México la marginación existía antes de los españoles. Hoy el exterminio es físico y cultural. La integración no es solución, sino reconocer nuestra intolerancia y usar nuestro poder cultural, económico, político y judicial para No orillarlos a que acepten nuestra forma de vida que no entienden, y en la que son ciudadanos de segunda porque no los aceptamos. Por egoísmo no les damos la oportunidad de regirse por sus costumbres, y al tiempo les impedimos unirse a las nuestras. Somos nosotros en nuestras creencias erróneas, los que no aceptamos que su forma de vida es tan válida como la nuestra y debemos, no solo de tolerarla, sino respetarla, aceptarla y aprenderla.
Rigoberta Menchú lo repite: la Tierra para el indígena es la madre, vender la Tierra es como vender la madre. No es posible hacer razonar a una persona que vive en una sociedad diferente con nuestras razones, porque para ellos no son válidas. Somos nosotros, que nos jactamos, en vano por cierto, de cultura, los que deberíamos aprender de su forma de subsistencia y de respeto por el otro. Nuestra obligación como civilización prevalente es reconocer su derecho a recibir las armas que les hemos negado durante siglos para oprimirlos y aplastarlos, para que se valoren y luchen por sus derechos. Por eso sí, hay que preocuparse de los indígenas, de las civilizaciones y sociedades diferentes, porque ellos viven plenamente en sociedad en la que todos sirven a todos. En la que la Tierra es de todos, entre todos la trabajan, la cultivan, y se benefician de sus frutos o sufren cuando no los da. Miles de sociedades viven así: desde las tribus mongolas y los indígenas del lejano oriente, pasando por los beduinos de Arabia, como cualquier tribu africana. Ese es el verdadero comunismo, sin necesidad de que hubiese un Marx que lo descubriese para el mundo.
¿Qué pasa con el capitalismo? Simplemente que es una forma artificial de papel indicando beneficios o pérdidas y dinero virtual, en mitad de una maraña humana que cae exhausta sin haber colocado un solo ladrillo tangible. He ahí la cuestión.
Hoy día el mundo occidental percibe lentamente su error aunque se niegue a reconocerlo. Los globalistas reculan y la necesidad de regresar a lo tradicional aumenta. La inhumana, artificial, individual y trepidante vida moderna es agotadora, innecesaria y problemática y ha conducido al hartazgo. El dinero genera más y mayores necesidades. Precisamos y consumimos mucho para cubrir necesidades que no necesitamos. Para obtener más dinero necesitamos producir más, trabajar más, inventar más máquinas, otras más para facilitar el trabajo y descansar, para emplear nuestro creciente ocio, más dinero, más… y nunca nos satisface la espiral de necesidades que no necesitamos.
Los sucesos económicos, así como las guerras, los terremotos o las erupciones volcánicas, provocan concatenaciones. Cuando la primera civilización se desarrolló, fue muy lenta pero progresivamente arrastrando al resto a vivir como ellos. Se generaron civilizaciones tan fascinantes como la mesopotámica, la persa, la egipcia, la griega y subsecuentes, todas ellas con base en principios anteriores. Hoy no nos fijamos en sus errores o en los productos de nuestras acciones. Sólo nos interesa lo que tendremos mañana: dinero, dinero, dinero… y nos negamos a revisar los errores que hicieron caer a las culturas antiguas. El freno de este imperio es el petróleo, pero sin agua no podrá subsistir ni el más rico de los países llamados “civilizados”.
Por fortuna, aunque se reducen, todavía subsisten sociedades tradicionales milenarias. En África las pocas aldeas que no han interesado al hombre blanco, sobreviven mejor de lo que creemos, repartiéndose las tareas del campo y la obtención de agua. Para sacarla de un pozo, forman una cadena humana que va pasando las cubetas de mano en mano. El uso del agua es racional, hay trabajo para todos y equidad social. Los antropólogos se niegan a proporcionarles una bomba, porque la misma provocaría conflictos por ocio, desempleo, por la propiedad y el uso de la misma. De esta forma, la vida de la sociedad transcurre en un orden establecido y en paz. En el momento en que el hombre blanco con sus inventos, máquinas y “economía” trastoquen la paz y el trabajo de estas sociedades, desaparecerán, como viene sucediendo.
Teniendo en cuenta esta realidad, la India sabiamente, ha guardado durante cientos de años la existencia de las Islas Andamán y la civilización que en ella se desarrolla, alejándola de todo tipo de contacto con el exterior para evitar contaminación y generación de necesidades. Ni siquiera se permiten las expediciones científicas.
Nuestra ridícula y egoísta forma de pensar, acata la atracción de estas personas hacia nuestra forma de vida: vehículos, piscinas… que no les sirven para nada. Su carencia real es la medicina que frene la mortalidad infantil. Sin embargo, una función tan vital, incluso tan caritativa, provocaría otro problema que nos sobrepasa: la superpoblación.
Todas aquellas sociedades invadidas o afectadas por el capitalismo, sufren de profundos problemas de identidad, superpoblación, marginación, contaminación, desempleo, guerras y un interminable etc.
Históricamente, genocidas como Hitler, Millosevic o Bush han tratado de acabar con estas civilizaciones o sociedades porque “no han sabido progresar”. La respuesta a esta fórmula indignante y ridícula se la daría un jefe keniata Kikuyu a la baronesa danesa Karen Blixen: “los ingleses saben leer, ¿y de qué les sirve?” en alusión al genocidio a que fueron sometidos, el robo de su Tierra y la introducción de nuevas plantas, la esclavitud, la falta de respeto por sus tradiciones, costumbres, forma de vida milenaria, creyendo equivocadamente en su superioridad racial y social. Hoy día muchos de nosotros hemos llegado a la conclusión que es mucho más sano y feliz, vivir como antaño. Sin tantas ataduras materiales, mirando a la vida de frente, con salud mental y espiritual, disfrutando de lo que ofrece la naturaleza y agradeciéndole por ello, respetando cada ciclo, cada estación, cada época reproductiva, cada ser vivo y ancestro.
El libro “La niña que creó las Estrellas” explica el genocidio a que fueron sometidos los bosquimanos de Sudáfrica, una raza independiente y orgullosa, humillada y exterminada por ingleses y holandeses en el s. XIX. Sus tierras robadas, sus campos aniquilados y los animales salvajes de los que se alimentaban, liquidados a favor del ganado europeo. Tal y como sucedió en Estados Unidos y Canadá con los Indios y bisontes. …“Allí donde los bosquimanos habían desarrollado complejos mecanismos sociales para compartir sus recursos y evitar los conflictos cruentos, los colonos, con la biblia en una mano y el mosquete en otra, se apropiaban a la fuerza de las fuentes de agua de los territorios que invadían y eliminaban sistemáticamente a los antílopes que competían con su ganado por los pastos…” ”los niños no se metían en ningún apuro. Se les dio un pequeño campo como lugar de juegos, y jamás se les vio ir a otro sitio sin que se les invitara. Obedecían sin rechistar a sus padres, nunca vi que se les castigara, ni los oí discutir…”…”Eran gente limpia y muy rigurosa en cuestión de modales. En cierta ocasión un bosquimano vino de visita. Hasta tal punto era más rudo que los otros, que les preguntamos al resto porqué su amigo era diferente. Él entendió al momento y contestó: - La señorita debe saber perdonar: ese hombre perdió de niño a sus padres y fue criado por hombres blancos”… (La niña que creó las Estrellas, Relatos orales de los Bosquimanos Xam. Editorial Rescatados Lengua de Trapo).
En México la marginación existía antes de los españoles. Hoy el exterminio es físico y cultural. La integración no es solución, sino reconocer nuestra intolerancia y usar nuestro poder cultural, económico, político y judicial para No orillarlos a que acepten nuestra forma de vida que no entienden, y en la que son ciudadanos de segunda porque no los aceptamos. Por egoísmo no les damos la oportunidad de regirse por sus costumbres, y al tiempo les impedimos unirse a las nuestras. Somos nosotros en nuestras creencias erróneas, los que no aceptamos que su forma de vida es tan válida como la nuestra y debemos, no solo de tolerarla, sino respetarla, aceptarla y aprenderla.
Rigoberta Menchú lo repite: la Tierra para el indígena es la madre, vender la Tierra es como vender la madre. No es posible hacer razonar a una persona que vive en una sociedad diferente con nuestras razones, porque para ellos no son válidas. Somos nosotros, que nos jactamos, en vano por cierto, de cultura, los que deberíamos aprender de su forma de subsistencia y de respeto por el otro. Nuestra obligación como civilización prevalente es reconocer su derecho a recibir las armas que les hemos negado durante siglos para oprimirlos y aplastarlos, para que se valoren y luchen por sus derechos. Por eso sí, hay que preocuparse de los indígenas, de las civilizaciones y sociedades diferentes, porque ellos viven plenamente en sociedad en la que todos sirven a todos. En la que la Tierra es de todos, entre todos la trabajan, la cultivan, y se benefician de sus frutos o sufren cuando no los da. Miles de sociedades viven así: desde las tribus mongolas y los indígenas del lejano oriente, pasando por los beduinos de Arabia, como cualquier tribu africana. Ese es el verdadero comunismo, sin necesidad de que hubiese un Marx que lo descubriese para el mundo.
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